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1 Monstruos en el Mar Part.3 Vie Dic 05, 2008 3:31 pm
coqui_ema
Pacíficas y misteriosas islas
Las Islas
Bahamas tienen ciertas características que alimentan los relatos
mitológicos. La llanura submarina que forma el piso de los alrededores
de estas islas es de caliza, una roca sedimentaria bastante blanda, que
es fácil de afectar por la erosión. Bajo esta llanura serpentean grutas
cavadas durante la última glaciación, cuando el nivel del mar era más
bajo y la llanura era parte de la superficie y no del fondo del mar.
A veces el
techo de alguna de estas grutas submarinas se derrumba, produciendo
unas formas geológicas a la que se les llama "hoyos azules" (blue holes
en inglés). Alguna de estos pozos llega a tener 60 metros de
profundidad. Son el equivalente submarino de las dolinas que aparecen
en la superficie y son comunes en las Bahamas. En México (Yucatán), por
ejemplo, a estas fosas profundas en la superficie terrestre, producidas
por el derrumbe del techo de una caverna, se les llama cenotes.
Un lugar así
es perfecto para los pulpos huidizos que gustan de las cuevas, y
suficientemente amplio aunque se trate de unos de tamaño gigante. Se
debe mencionar que, sumándose a otras tantas coincidencias de este
autor con una realidad que aún no se conocía, es en esta misma región
de los mares donde Julio Verne situó el combate de la tripulación del Nautilus con el pulpo gigante de su novela.
Ahora
ubiquémonos en el paisaje. Donde más hoyos azules hay es en las
cercanías de las isla de Andros (en Bahamas, no confundir con la de
Grecia) y una de sus vecinas, Caicos. En esos lugares las actividades
principales, además del turismo, son la agricultura y la pesca. Los
pescadores del lugar tienen una creencia: en los hoyos azules se
esconde un enorme monstruo marino al que llaman "Lusca". Este monstruo
marino posee, según ellos, incontables brazos y un apetito voraz. Dicen
que arranca a los marineros de los barcos con sus tentáculos y los
arrastra a las profundidades para devorárselos.
Algunos
analistas creen que el Lusca no es más que la personificación de un
fenómeno natural, como otras tantas en diversas culturas, que
representa las corrientes y remolinos que se producen en los hoyos
azules, capaces de arrastrar a una persona e incluso a una embarcación.
Los pescadores, sin embargo, le dan más entidad a Lusca, y procuran no
acercarse nunca de noche a las temibles fosas. Ellos saben que existen
testigos y creen que hasta existen pruebas materiales de que hay algo
allí.
En las Bahamas al pulpo se le llama scuttle. Lo curioso es que esta palabra, que se supone derivada del inglés cuttlefish (el nombre anglosajón de la sepia, otro cefalópodo, parecido a los pulpos), también significa "echar a pique".
De los
testimonios recogidos de pescadores, marineros, submarinistas (entre
ellos el célebre Cousteau) y hasta científicos que se vienen
registrando en la región desde el siglo 19, surgiría que Lusca es un
monstruoso pulpo con un cuerpo de seis metros de largo y nueve de
diámetro. Sus brazos extendidos tendrían hasta veinte metros de
longitud. El peso de este monstruo estaría en las veinte toneladas.
Parece difícil
que los tentáculos de Lusca sean peludos, como dicen algunos
testimonios —la leyenda le llama "el de los brazos peludos"—, ya que
esto no es común ni útil evolutivamente en animales de este tipo. Pero
el aspecto observado podría ser el de una piel con camuflaje que imite,
por ejemplo, ciertos rincones muy poblados de los arrecifes, donde se
yerguen algas, anémonas y cantidades de pólipos de diferentes texturas
cuasi-vegetales.
Estos brazos
serían de unos treinta centímetros de grosor y no tendrían ventosas en
toda su extensión, sino en los extremos. El color de la piel sería
pardusco, aunque el animal podría cambiarlo como lo hacen otros
cefalópodos. Es posible que esté dotado de órganos luminiscentes.
Se descarta
que este monstruo de las Bahamas, si existe, se trate de un calamar
gigante (decápodo) ya que, como dijimos, éstos tienen una estructura
corporal diferente que les imposibilita izarse a la cubierta de los
barcos, algo que sí puede hacer un octópodo. Los pulpos pueden moverse
fuera del agua —incluso se ha visto algunos trepándose a los árboles—,
mientras que los calamares, con un cuerpo alargado y más rígido,
adaptado a la natación veloz y la caza depredatoria a la carrera que
efectúan con sus tentáculos contráctiles (más largos que el resto y
prensiles), quedan inermes y aplastados cuando se los encuentra varados
en una playa.
El monstruo de Florida
Hace muy poco, el hallazgo de una masa gelatinosa
en un playa de Chile (fue el 24 de junio de 2003, en la Playa Pinuno,
Los Muermos, en la costa sur de Chile), revivió la memoria de un suceso
similar ocurrido a fines del siglo 19.
El 30 de
noviembre de 1896 encontraron varado en una playa de la isla Anastasia,
ubicada a 18 kilómetros al sur de la playa St. Augustine, en la costa
este de Florida, el cadáver mutilado y deteriorado de un gran animal.
Esos restos de cuerpo tenían seis metros de largo, dos de ancho y uno
de altura, pesaban entre cuatro y seis toneladas y poseían muñones de
brazos de 25 centímetros de grosor, uno de los cuales medía casi diez
metros. La carne era de un color rosa pálido, casi blanco, y tenía una
consistencia muy dura, lo que la hacía muy difícil de cortar.
Según el
doctor DeWitt Webb, fundador y presidente de la Saint-Augustine
Scientific, Literary and Historical Society, el único científico que
pudo estudiar directamente el cadáver, se trataba de un pulpo: la
ausencia de esqueleto, la pequeñez de los escasos órganos internos que
quedaban y la estructura muscular del cuerpo eran todas características
de un octópodo.
El profesor
Addison Emery Verrill (1839-1926), zoólogo de la Universidad de Yale y
autoridad mundial en cefalópodos, le atribuyó un peso total, en vida,
de unas veinte toneladas, y una envergadura de cincuenta a sesenta
metros. Lo bautizó con el nombre de Octopus giganteus en el American Journal of Science
en 1897. Poco después se retractó y afirmó que se trataba de los restos
de un cachalote, algo similar a lo que ocurrió ahora en Chile, sólo que
aquí se contó con todos los recursos modernos de identificación.
Un detalle que
indicaría que se trataba de un cefalópodo y no de un cetáceo, es que
los restos permanecieron varados meses y durante todo este tiempo
prácticamente no se produjo putrefacción. Si bien hubo intentos de
hacerlo, resultó imposible conservar el gigantesco cuerpo. Es obvio
que, con el tiempo, éste fue arrastrado de nuevo por el mar. Solamente
se conservan unas pequeñas muestras en la Smithsonian Institution.
Bastante tiempo después se hicieron análisis histológicos sobre estos fragmentos, cuyos resultados fueron publicados en Natural History Magazine
en 1971 por Joseph F. Gennaro Jr., biólogo de la Universidad de
Florida, y Forrest Glenn Wood, especialista en biología marina del Naval Undersea Research and Development Laboratory de San Diego. También se hicieron análisis bioquímicos, publicados por Roy P. Mackal en Criptozoology en 1986. Los análisis confirman la identificación como un pulpo gigante: se trata de tejido de cefalópodo y no de mamífero.
Todo esto no
es concluyente. En 1995, Sydney K. Pierce, Timothy K. Maugel y Eugenie
Clark, de la Universidad de Maryland, y Gerald N. Smith Jr., de la de
Indianápolis, realizaron otros análisis y consideraron que los
fragmentos corresponden a la piel de un cetáceo.
También se
discute este último resultado, diciendo que esos análisis confirman,
por el contrario, la tesis de que era un pulpo. Los tejidos analizados
resultaron estar formados por colágeno casi puro, y se ha dicho que la
composición bioquímica de este colágeno y la ausencia de grasas son
incompatibles con la hipótesis de que era parte de un cetáceo.
Varios motivos han inducido a suponer que estos pulpos gigantes pertenecen al suborden de los cirrados (Cirrata).
En primer lugar, las llamadas "manos peludas" del Lusca. Los cirrados
suelen tener una amplio manto que une los tentáculos entre sí, que hace
parecer que el animal lleva una "pollera" y que sólo se vean las puntas
de los tentáculos. También la ausencia de ventosas en el cadáver de
Saint Augustine (aunque éstas suelen desprenderse de los animales
muertos) y la presencia de dos muñones en una posición que se
corresponde más con la de las aletas que poseen los pulpos cirrados que
con la de los brazos.
Por último, la
frecuente confusión en los testimonios visuales entre pulpo y calamar:
Los pulpos cirrados, que tienen costumbres menos sedentarias que los
incirrados (suborden Incirrata, los más comunes y conocidos,
sobre todo porque son los que comemos), son más semejantes a los
calamares en anatomía y comportamiento.
Si esta identificación es correcta, el nombre propuesto por Verrill, Octopus giganteus, no sería válido, puesto que el género Octopus pertenece al suborden de los incirrados. Se ha propuesto el nombre Otoctopus giganteus.
Fuera de las
Bahamas, aunque no demasiado lejos, se han reportado testimonios
similares, aunque menos comunes. En Cuba y en la península de Yucatán
se ha atribuido a pulpos gigantes la muerte de dos personas que fueron
atacadas en sus piraguas. La geología y la ecología submarina de esta
última región son muy similares a las de las Bahamas.
Hubo también
un informe aislado en Texas. A pesar de la proximidad en la costa de
Florida, sin embargo, aparte del cadáver de Saint Augustine, sólo se
cuenta con el testimonio de la tripulación del U.S. Chicopee A0-41, que
en 1941 observó un enorme pulpo muerto flotando cerca del barco. Ambos
cadáveres pudieron haber sido arrastrados por la corriente marina de
Florida, que recorre la costa sudeste de los Estados Unidos desde las
Bahamas hasta el cabo Hatteras, en Carolina del Norte.
Estos pulpos,
que con seguridad deben vivir en las cuevas submarinas a menos de 300
metros de profundidad, para alimentarse saldrían principalmente por la
noche. La base de su dieta debe de ser la langosta Panulirus argus,
muy abundante en la región, y que puede alcanzar un metro de longitud y
cinco o diez kilos de peso, además de otros crustáceos, moluscos y
peces.
El
comportamiento territorial de los pulpos les hace atacar e incluso
trepar a los barcos que se acercan a sus guaridas. En varias ocasiones
se ha constatado que son capaces de cortar los sedales más resistentes,
incluso de acero, después de inmovilizarlos durante varios minutos.
Las Islas
Bahamas tienen ciertas características que alimentan los relatos
mitológicos. La llanura submarina que forma el piso de los alrededores
de estas islas es de caliza, una roca sedimentaria bastante blanda, que
es fácil de afectar por la erosión. Bajo esta llanura serpentean grutas
cavadas durante la última glaciación, cuando el nivel del mar era más
bajo y la llanura era parte de la superficie y no del fondo del mar.
A veces el
techo de alguna de estas grutas submarinas se derrumba, produciendo
unas formas geológicas a la que se les llama "hoyos azules" (blue holes
en inglés). Alguna de estos pozos llega a tener 60 metros de
profundidad. Son el equivalente submarino de las dolinas que aparecen
en la superficie y son comunes en las Bahamas. En México (Yucatán), por
ejemplo, a estas fosas profundas en la superficie terrestre, producidas
por el derrumbe del techo de una caverna, se les llama cenotes.
Un lugar así
es perfecto para los pulpos huidizos que gustan de las cuevas, y
suficientemente amplio aunque se trate de unos de tamaño gigante. Se
debe mencionar que, sumándose a otras tantas coincidencias de este
autor con una realidad que aún no se conocía, es en esta misma región
de los mares donde Julio Verne situó el combate de la tripulación del Nautilus con el pulpo gigante de su novela.
Ahora
ubiquémonos en el paisaje. Donde más hoyos azules hay es en las
cercanías de las isla de Andros (en Bahamas, no confundir con la de
Grecia) y una de sus vecinas, Caicos. En esos lugares las actividades
principales, además del turismo, son la agricultura y la pesca. Los
pescadores del lugar tienen una creencia: en los hoyos azules se
esconde un enorme monstruo marino al que llaman "Lusca". Este monstruo
marino posee, según ellos, incontables brazos y un apetito voraz. Dicen
que arranca a los marineros de los barcos con sus tentáculos y los
arrastra a las profundidades para devorárselos.
|
Algunos
analistas creen que el Lusca no es más que la personificación de un
fenómeno natural, como otras tantas en diversas culturas, que
representa las corrientes y remolinos que se producen en los hoyos
azules, capaces de arrastrar a una persona e incluso a una embarcación.
Los pescadores, sin embargo, le dan más entidad a Lusca, y procuran no
acercarse nunca de noche a las temibles fosas. Ellos saben que existen
testigos y creen que hasta existen pruebas materiales de que hay algo
allí.
En las Bahamas al pulpo se le llama scuttle. Lo curioso es que esta palabra, que se supone derivada del inglés cuttlefish (el nombre anglosajón de la sepia, otro cefalópodo, parecido a los pulpos), también significa "echar a pique".
De los
testimonios recogidos de pescadores, marineros, submarinistas (entre
ellos el célebre Cousteau) y hasta científicos que se vienen
registrando en la región desde el siglo 19, surgiría que Lusca es un
monstruoso pulpo con un cuerpo de seis metros de largo y nueve de
diámetro. Sus brazos extendidos tendrían hasta veinte metros de
longitud. El peso de este monstruo estaría en las veinte toneladas.
Parece difícil
que los tentáculos de Lusca sean peludos, como dicen algunos
testimonios —la leyenda le llama "el de los brazos peludos"—, ya que
esto no es común ni útil evolutivamente en animales de este tipo. Pero
el aspecto observado podría ser el de una piel con camuflaje que imite,
por ejemplo, ciertos rincones muy poblados de los arrecifes, donde se
yerguen algas, anémonas y cantidades de pólipos de diferentes texturas
cuasi-vegetales.
Estos brazos
serían de unos treinta centímetros de grosor y no tendrían ventosas en
toda su extensión, sino en los extremos. El color de la piel sería
pardusco, aunque el animal podría cambiarlo como lo hacen otros
cefalópodos. Es posible que esté dotado de órganos luminiscentes.
Se descarta
que este monstruo de las Bahamas, si existe, se trate de un calamar
gigante (decápodo) ya que, como dijimos, éstos tienen una estructura
corporal diferente que les imposibilita izarse a la cubierta de los
barcos, algo que sí puede hacer un octópodo. Los pulpos pueden moverse
fuera del agua —incluso se ha visto algunos trepándose a los árboles—,
mientras que los calamares, con un cuerpo alargado y más rígido,
adaptado a la natación veloz y la caza depredatoria a la carrera que
efectúan con sus tentáculos contráctiles (más largos que el resto y
prensiles), quedan inermes y aplastados cuando se los encuentra varados
en una playa.
El monstruo de Florida
|
en un playa de Chile (fue el 24 de junio de 2003, en la Playa Pinuno,
Los Muermos, en la costa sur de Chile), revivió la memoria de un suceso
similar ocurrido a fines del siglo 19.
El 30 de
noviembre de 1896 encontraron varado en una playa de la isla Anastasia,
ubicada a 18 kilómetros al sur de la playa St. Augustine, en la costa
este de Florida, el cadáver mutilado y deteriorado de un gran animal.
Esos restos de cuerpo tenían seis metros de largo, dos de ancho y uno
de altura, pesaban entre cuatro y seis toneladas y poseían muñones de
brazos de 25 centímetros de grosor, uno de los cuales medía casi diez
metros. La carne era de un color rosa pálido, casi blanco, y tenía una
consistencia muy dura, lo que la hacía muy difícil de cortar.
|
Según el
doctor DeWitt Webb, fundador y presidente de la Saint-Augustine
Scientific, Literary and Historical Society, el único científico que
pudo estudiar directamente el cadáver, se trataba de un pulpo: la
ausencia de esqueleto, la pequeñez de los escasos órganos internos que
quedaban y la estructura muscular del cuerpo eran todas características
de un octópodo.
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El profesor
Addison Emery Verrill (1839-1926), zoólogo de la Universidad de Yale y
autoridad mundial en cefalópodos, le atribuyó un peso total, en vida,
de unas veinte toneladas, y una envergadura de cincuenta a sesenta
metros. Lo bautizó con el nombre de Octopus giganteus en el American Journal of Science
en 1897. Poco después se retractó y afirmó que se trataba de los restos
de un cachalote, algo similar a lo que ocurrió ahora en Chile, sólo que
aquí se contó con todos los recursos modernos de identificación.
|
Un detalle que
indicaría que se trataba de un cefalópodo y no de un cetáceo, es que
los restos permanecieron varados meses y durante todo este tiempo
prácticamente no se produjo putrefacción. Si bien hubo intentos de
hacerlo, resultó imposible conservar el gigantesco cuerpo. Es obvio
que, con el tiempo, éste fue arrastrado de nuevo por el mar. Solamente
se conservan unas pequeñas muestras en la Smithsonian Institution.
Bastante tiempo después se hicieron análisis histológicos sobre estos fragmentos, cuyos resultados fueron publicados en Natural History Magazine
en 1971 por Joseph F. Gennaro Jr., biólogo de la Universidad de
Florida, y Forrest Glenn Wood, especialista en biología marina del Naval Undersea Research and Development Laboratory de San Diego. También se hicieron análisis bioquímicos, publicados por Roy P. Mackal en Criptozoology en 1986. Los análisis confirman la identificación como un pulpo gigante: se trata de tejido de cefalópodo y no de mamífero.
Todo esto no
es concluyente. En 1995, Sydney K. Pierce, Timothy K. Maugel y Eugenie
Clark, de la Universidad de Maryland, y Gerald N. Smith Jr., de la de
Indianápolis, realizaron otros análisis y consideraron que los
fragmentos corresponden a la piel de un cetáceo.
También se
discute este último resultado, diciendo que esos análisis confirman,
por el contrario, la tesis de que era un pulpo. Los tejidos analizados
resultaron estar formados por colágeno casi puro, y se ha dicho que la
composición bioquímica de este colágeno y la ausencia de grasas son
incompatibles con la hipótesis de que era parte de un cetáceo.
Varios motivos han inducido a suponer que estos pulpos gigantes pertenecen al suborden de los cirrados (Cirrata).
En primer lugar, las llamadas "manos peludas" del Lusca. Los cirrados
suelen tener una amplio manto que une los tentáculos entre sí, que hace
parecer que el animal lleva una "pollera" y que sólo se vean las puntas
de los tentáculos. También la ausencia de ventosas en el cadáver de
Saint Augustine (aunque éstas suelen desprenderse de los animales
muertos) y la presencia de dos muñones en una posición que se
corresponde más con la de las aletas que poseen los pulpos cirrados que
con la de los brazos.
Por último, la
frecuente confusión en los testimonios visuales entre pulpo y calamar:
Los pulpos cirrados, que tienen costumbres menos sedentarias que los
incirrados (suborden Incirrata, los más comunes y conocidos,
sobre todo porque son los que comemos), son más semejantes a los
calamares en anatomía y comportamiento.
Si esta identificación es correcta, el nombre propuesto por Verrill, Octopus giganteus, no sería válido, puesto que el género Octopus pertenece al suborden de los incirrados. Se ha propuesto el nombre Otoctopus giganteus.
Fuera de las
Bahamas, aunque no demasiado lejos, se han reportado testimonios
similares, aunque menos comunes. En Cuba y en la península de Yucatán
se ha atribuido a pulpos gigantes la muerte de dos personas que fueron
atacadas en sus piraguas. La geología y la ecología submarina de esta
última región son muy similares a las de las Bahamas.
Hubo también
un informe aislado en Texas. A pesar de la proximidad en la costa de
Florida, sin embargo, aparte del cadáver de Saint Augustine, sólo se
cuenta con el testimonio de la tripulación del U.S. Chicopee A0-41, que
en 1941 observó un enorme pulpo muerto flotando cerca del barco. Ambos
cadáveres pudieron haber sido arrastrados por la corriente marina de
Florida, que recorre la costa sudeste de los Estados Unidos desde las
Bahamas hasta el cabo Hatteras, en Carolina del Norte.
Estos pulpos,
que con seguridad deben vivir en las cuevas submarinas a menos de 300
metros de profundidad, para alimentarse saldrían principalmente por la
noche. La base de su dieta debe de ser la langosta Panulirus argus,
muy abundante en la región, y que puede alcanzar un metro de longitud y
cinco o diez kilos de peso, además de otros crustáceos, moluscos y
peces.
El
comportamiento territorial de los pulpos les hace atacar e incluso
trepar a los barcos que se acercan a sus guaridas. En varias ocasiones
se ha constatado que son capaces de cortar los sedales más resistentes,
incluso de acero, después de inmovilizarlos durante varios minutos.
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