Alejada del ruido y de la polvareda del pueblo, perdida casi entre los árboles del monte se levantaba una choza, apenas sostenida, que demostraba a simple vista los muchos años que llevaba encima. En ella habitaba una mujer, de aspecto misterioso y de pobres vestiduras. Reflejaba en su rostro una luz muy especial como si esa vida de privaciones hubiera hecho de ella un ser humano fuerte como un roble.
Solía realizar sus tareas cotidianas, tan pronto como amanecía. Siempre se la veía salir, cargando una gastada bolsita de cuero y su arma echada al hombro, rumbo al monte con la esperanza de obtener una buena presa y una abundante recolección de frutos y semillas. Al caer la noche, cansada ya de caminar y luego de una angustiosa faena, solía ingeniárselas para encender una gran fogata y se recostaba a un costado con el propósito de protegerse del frío y de los animales salvajes y poder así regresar a salvo al día siguiente.
Cierta vez en la que se encontraba distraída observando como las llamas devoraban las pequeñas leñas que ella iba arrojando, percibió el eco de un extraño ruido que parecía acercase cada vez más sin permitirle siquiera una mínima reacción, pues el pánico y la sorpresa la paralizaron por completo. Fue mayor aún el asombro cuando divisó al frente suyo a una enorme criatura, un horrible animal con el aspecto feroz de un tigre disgustado. Todo intento de escape fue inútil, ni siquiera su arma le sirvió, esa bestia era infernal e invencible. Sin más remedio y vencida por el cansancio, la mujer cayo perdiendo el conocimiento.
Así pasaron días y meses, viviendo presa de esta extraña criatura. Un día, cansada de ese martirio, decidió escapar. Aprovechó el más mínimo descuido de la fiera y echó a correr tan rápido como sus débiles piernas se lo permitieran, sintiendo en su espalda el intenso rugido colérico del animal y dejando atrás su horrible prisión. Mucho tiempo corrió y no se detuvo ni siquiera para recuperar el aire. Por fin se percató de que la criatura ya no estaba siguiéndola. Sus pies sangrantes la llevaron casi desfalleciente hasta el pueblo. Ante el asombroso de los asustados pueblerinos la mujer contó su increíble historia.
Nada más se supo de ella, tal vez continúa su interminable huida, pero ese extraño animal volvió a ser visto por muchas otras personas que se aventuraban dentro del monte. Se organizaron también grandes expediciones con el fin de hallarlo y darle muerte, pero fue inútil. Se dice que aún hoy continúa sembrando el pánico y terror entre la gente, que repiten temerosos el nombre con el que ellos mismos bautizaron a la criatura: UCUMAR.