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1 viaje al centro de la tierra Vie Mayo 16, 2008 2:23 pm
inexplicable
Podría el hombre llegar a pisar el centro de la Tierra tal y como relató Julio Verne hace algo más de 140 años? La ciencia aún desconoce qué hay en el subsuelo terrestre, lo que posibilita la realidad del viaje. Pero, ¿qué se necesitaría para llevarlo a cabo? ¿Qué obstáculos aguardan a los primeros en intentarlo? ¿Eran ciertas las suposiciones que Verne plasmó en su célebre novela…?
En 1864 el escritor Julio Verne publicó la novela Viaje al centro de la Tierra. En ella, el espeleólogo, minerólogo y geólogo doctor Lidenbrock se hace acompañar de su joven sobrino Axel y de un guía islandés en una expedición cuya meta final es el núcleo del planeta. La novela fue un éxito inmediato de ventas y con el tiempo su argumento se convirtió en un reto y en una incógnita. Casi todas las historias narradas por Verne se cumplieron con los años demostrando la gran capacidad de visión científica que tenía este genio literario. Se llegó a la Luna, se inventó el submarino, se dio la vuelta al mundo en menos de 80 días, surgieron los faxes, los transportes subterráneos, las luces fluorescentes… Décadas más tarde toda la ficción de sus libros se tornó en realidad, excepto una aventura: la llegada del hombre al centro de la Tierra. Y este hecho plantea la incógnita de si realmente Verne se equivocó en ese supuesto o si es verdad que el ser humano puede alcanzar también ese punto geográfico. Primer problema: la entrada La primera cuestión en tan insólito viaje sería cómo entrar... ¿Dónde se situaría la puerta de entrada? No es una pregunta baladí, ya que debe tratarse de un lugar que permita el acceso al camino adecuado, y no simplemente a una gruta o cueva cualquiera. En la novela, esa puerta es el cráter del monte islandés Snefells, un volcán de 1.524 m de altitud, inactivo desde el año 1219, y por cuya garganta se deslizan los protagonistas hasta conectar con el conducto que les guía a su objetivo. Y aquí comienzan las sorpresas porque tal monte existe realmente en Islandia bajo el nombre de Snaefellsjökull y los expertos afirman que, de haber un camino al interior del planeta, lo más probable es que éste comenzase por el cráter de un volcán. No sólo eso. Los otros requisitos son que el volcán permanezca inactivo y preferiblemente en una zona de fuerte pasado volcánico. Tal y como describe Verne en la novela…
La razón que se esgrime es que estos montes representan conexiones entre el centro y la corteza terrestre, ya que por ellos el planeta libera parte de su calor interior mediante lava, rocas y gases. Si aún estuviesen activos no es probable que en su interior se encontraran cuevas profundas, ya que la misma lava las cerraría y abriría continuamente. Además, la temperatura en el descenso aumentaría 90ºC por kilómetro recorrido, imposibilitando cualquier aventura. Pero si están extintos desde hace muchos años, la erosión de aguas subterráneas, desprendimientos y otros fenómenos telúricos podrían posibilitar aperturas en los canales seguidos antiguamente por la lava.
Además, una zona con pasado volcánico es más proclive a poseer cuevas profundas por esa misma conexión con el centro térmico del planeta. Y en este sentido Islandia es una tierra joven, una enorme isla formada por sedimentos de antiguas erupciones que salieron al exterior depositándose en forma de enormes extensiones de rocas porosas. Así, Verne comienza con buen pie su novela desde el punto de vista científico al situar en Islandia, y más concretamente en el Snaefellsjökull, esa entrada. De todas formas, ¿por qué escogió Verne precisamente este cráter y no otro? En Islandia hay unos 30 volcanes activos y más del doble inactivos. La respuesta es aún una incógnita. Una vez que se tiene el camino la pregunta es ¿cuánto habría que recorrerlo hasta llegar al núcleo? Verne no aporta un dato concreto porque hay que recordar que los protagonistas no consiguen finalmente alcanzar el centro, pero sí llegan a superar la profundidad de 170 km. Aunque esa distancia les sitúa muy lejos del núcleo, estimado entre los 5.000 y los 6.000 km bajo el nivel del suelo, sobrepasan en mucho las mayores excavaciones actuales realizadas en África del Sur, donde las compañías mineras sólo han conseguido alcanzar los 3.500 m de profundidad, lo cual representa el 0,05% del espesor terrestre. Y no se ha logrado mayor penetración porque se asegura que el calor y la presión creciente intraterrestre lo imposibilitan.
Un dato de peso para desbaratar la narración de Verne y concluir que el hombre jamás podrá llegar a mayores profundidades. Sin embargo, el autor francés también se plantea estas cuestiones. Segundo problema: las leyes físicas Axel, el sobrino del profesor Lidenbrock le hace ver a éste la dificultad que supone descender por las entrañas terrestres en lo relativo a la temperatura, ya que si los cálculos dictan que ésta aumenta 30 grados por cada kilómetro de profundidad, y teniendo como base que hasta el núcleo del planeta hay 6.500 km, la temperatura final sería cercana a los 195.000ºC, y por lo tanto, el hombre no podría descender más allá de los 3 km. Este incremento gradual de la temperatura se conoce como “gradiente geotérmico” y Verne lo desbarata en la novela con un argumento muy simple cuando el profesor Lidenbrock dice lo siguiente: “Aún no se sabe realmente qué sucede en el interior del globo y bien podría ser que a partir de una profundidad se llegara a un calor límite insuperable en lugar de continuar hasta alcanzar el grado de fusión de cualquier mineral”. Tal teoría, que podría muy bien ser una licencia literaria, aún no ha podido ser desbaratada. Realmente no se sabe mucho sobre el interior del planeta. Ni siquiera cuál es la composición exacta de su núcleo.
Todos los escritos científicos hablan de que “se cree”, “lo más factible es” que el centro de la Tierra lo componga un núcleo externo formado por minerales líquidos en movimiento y un núcleo interno compuesto principalmente de hierro y níquel en estado sólido. Pero nada es seguro. Respecto a la temperatura hay una sorpresa, porque la antigua estimación de los 195.000ºC en el núcleo ha pasado actualmente a ser tan sólo de 5.000ºC, acercándose cada vez más a los cálculos de Verne. De lo contrario, la enorme tensión que provocarían los gases acumulados haría estallar el planeta. La razón de este descenso se basa en que se calcula que el valor del gradiente geotérmico es variable, es decir, que la temperatura del planeta aumenta de diferente manera según por dónde se entre a su interior. En algunos puntos aumenta 90º por kilómetro descendido, en otros 6 y en algunos puntos mucho menos. De ahí también la importancia de elegir correctamente la puerta de entrada. Y si ese valor es variable, muy bien puede ocurrir que exista algún camino donde la temperatura permita el acceso continuo del ser humano a cada vez mayores profundidades o que ese aumento se estanque, tal y como señala Verne. Y si aún se desconoce la composición y la temperatura exacta del núcleo terrestre sigue quedando la posibilidad de realizar tan asombroso viaje. Como aval a esta hipótesis se encuentra el hecho constatado de que el número de erupciones actuales es casi inexistente, lo que demuestra el enfriamiento interno del globo.
Aún así, todavía quedaría por resolver el problema de la presión. Una ley física dicta que la gravedad disminuye a medida que se desciende hasta alcanzar la gravedad cero en el centro del globo. Y en ese punto los objetos carecerían de peso. La cuestión a solventar sería simplemente averiguar hasta qué profundidad el ser humano puede dominar sus movimientos para proseguir con el descenso porque, aunque no le permitiría alcanzar el núcleo, sí podría aproximarse mucho a él. Tercer problema: la supervivencia Pero no todos los inconvenientes en este viaje se basan en la física. Algunos de ellos simplemente se basan en qué sucedería con la escasez de agua y con la cuestión de la iluminación. Respecto al agua, hay que pensar que un recorrido de estas características debería realizarse a pie, sin la posibilidad de llevar grandes equipos de material. Y si estimamos que el avance puede ser muy lento, y que no siempre se trataría de descender sino quizá de caminar de forma horizontal para luego volver a descender, alcanzar unos pocos kilómetros de profundidad puede llevar a ocupar diversos días de andadura. Y en este punto, qué sucedería con el agua vital, que por supuesto sería limitada… En la novela los tres aventureros tienen la fortuna de localizar un manantial de agua potable y posteriormente se topan con un inmenso lago subterráneo, lo que les soluciona el problema de la sed durante toda la travesía. Pero, ¿y en la realidad? Pues el escaso conocimiento que se tenía del subsuelo dictaba que los manantiales tan sólo podían encontrarse hasta una determinada profundidad y que, en ningún caso, existirían grandes extensiones de agua potable por debajo de ese límite hipotético. Pero nuevamente el avance en el conocimiento geológico ha desbaratado estas hipótesis.
A principios de 2006 un equipo de científicos del Reino Unido descubrió la existencia de grandes ríos que fluyen a cientos de kilómetros de profundidad bajo el hielo de la Antártida. Los expertos, dirigidos por el profesor Duncan Wingham, han averiguado que esos ríos, del tamaño del Támesis londinense –346 km de longitud–, conectan la red de los denominados “lagos subglaciales” que se esparce por todo el planeta. Este descubrimiento echa por tierra la teoría tradicional de que esos lagos, formados por depósitos de agua dulce, han evolucionado sin contacto con la atmósfera desde hace cientos de millones de años. La investigación, basada en medidas muy precisas obtenidas con los radares del satélite ERS-2 de la Agencia Espacial Europea, prueba que los lagos subglaciares generan “flujos que viajan distancias muy largas”, según Wingham. De esta forma, no sería ni imposible ni excesivamente difícil toparse con uno de estos ríos subterráneos. Nuevamente Verne vuelve a acertar. No sólo cuando habla de manantiales a grandes profundidades sino también cuando sitúa un lago tan grande como un mar. Y es que recientemente los profesores Michael E. Wysession y Jesse Lawrence, de la Universidad de Washington, en St. Louis, han afirmado haber encontrado una extensión de agua similar en volumen al océano Ártico justo debajo de Asia oriental, en el manto terrestre. Más dudas. ¿Qué sucedería con la luz necesaria para iluminar las oscuras profundidades del planeta? Hay que constatar que cuando Verne escribió su novela –en 1863– el mundo aún se iluminaba generalmente mediante velas y aceites. Y claro, esa cuestión era un escollo que debía solventarse cuando se trataba de investigar en cuevas y cavernas.
Hoy en día esa dificultad ha sido superada porque existen las lámparas fluorescentes: barritas que encierran un gas en su interior que al accionar el percutor permiten la visión durante largos períodos de tiempo. Un invento relativamente actual, pero que al que Verne ya se aproximó en la novela al hablar de un aparato existente en su época conocido como el carrete de alto voltaje de Rumkorff. Lo que el escritor hizo fue mejorarlo presentando entre el material de los aventureros una lámpara llena de gas que se iluminaba mediante las descargas de alto voltaje del carrete, dando lugar, más de cien años antes de lo previsto, a los actuales tubos fluorescentes. Cuarto problema: la conjunción Por supuesto, muchas de estas teorías son sólo eso, simplemente teorías. Pero todas ellas poseen su base sólida y por tanto habría que concretar que la posibilidad de viajar al centro de la Tierra es factible desde el punto de vista científico. Porque separadamente todas las hipótesis y datos expuestos no encierran un mayor problema. Es la conjunción de todas ellas lo que hace difícil un viaje como el descrito en la novela. Parece probable encontrar una buena entrada al interior del planeta, pero ese recorrido debe ser lo suficientemente largo como para alcanzar el núcleo y los detractores afirman que las cavidades y túneles son imposibles de hallar en el subsuelo profundo porque la densidad de las rocas es muy superior a la del agua –hecho que aún no ha podido constatarse fidedignamente–.
Los últimos descubrimientos hablan de enormes extensiones de agua subterránea, pero éstas deben cruzarse en el camino de los hipotéticos exploradores. Según la teoría del gradiente geotérmico la temperatura aumenta de forma diferente según por dónde se penetre al subsuelo, pero lo difícil es encontrar ese punto idóneo. Y es la conjunción de todos estos factores lo que quizá imposibilite más que cualquier otra cuestión el viaje. Aunque si hay que ser justos al texto de la novela, tampoco los protagonistas consiguen su objetivo de llegar hasta el núcleo. Pero sí logran alcanzar un punto tan lejano y tan profundo que hoy nos sigue pareciendo producto de la ciencia ficción. Quizá un craso error, porque estamos hablando de Julio Verne, y con él, que se cumplan los textos parece que es sólo cuestión de tiempo… La hipótesis intraterrestreUno de los episodios más célebres de la novela de Verne es aquel en el que los tres protagonistas encuentran una inmensa cavidad subterránea a varios kilómetros de profundidad donde se levanta una exuberante vegetación y animales de origen prehistórico que conviven con seres humanos. Lo que el escritor hace es continuar con una vieja teoría que baraja la posibilidad de que en el interior de nuestro planeta subsista algún tipo de civilización que no necesitaría del exterior para perpetuarse. Así lo propugnó la corriente teosofista al hablar de un Rey del Mundo que gobernaría los destinos del planeta desde dos enclaves subterráneos localizados bajo el Himalaya, llamados Shambhala y Agartha.
Fue tanta la fuerza de esta creencia que el mismo Hitler autorizó una expedición formada por 5 investigadores y 20 miembros de las SS al Tíbet para entrar en contacto con sus “habitantes”, a los que se consideraban seres superiores, los creadores de la raza aria. Los defensores de estas teorías se basan en el desconocimiento que aún se tiene del subsuelo y en la inmensa cantidad de túneles y grutas inexploradas. Los detractores, por contra, se ciñen a las leyes físicas, no del todo demostradas, que hablan de la imposibilidad de haber vida más allá de un determinada profundidad.
Fuente:akasico
En 1864 el escritor Julio Verne publicó la novela Viaje al centro de la Tierra. En ella, el espeleólogo, minerólogo y geólogo doctor Lidenbrock se hace acompañar de su joven sobrino Axel y de un guía islandés en una expedición cuya meta final es el núcleo del planeta. La novela fue un éxito inmediato de ventas y con el tiempo su argumento se convirtió en un reto y en una incógnita. Casi todas las historias narradas por Verne se cumplieron con los años demostrando la gran capacidad de visión científica que tenía este genio literario. Se llegó a la Luna, se inventó el submarino, se dio la vuelta al mundo en menos de 80 días, surgieron los faxes, los transportes subterráneos, las luces fluorescentes… Décadas más tarde toda la ficción de sus libros se tornó en realidad, excepto una aventura: la llegada del hombre al centro de la Tierra. Y este hecho plantea la incógnita de si realmente Verne se equivocó en ese supuesto o si es verdad que el ser humano puede alcanzar también ese punto geográfico. Primer problema: la entrada La primera cuestión en tan insólito viaje sería cómo entrar... ¿Dónde se situaría la puerta de entrada? No es una pregunta baladí, ya que debe tratarse de un lugar que permita el acceso al camino adecuado, y no simplemente a una gruta o cueva cualquiera. En la novela, esa puerta es el cráter del monte islandés Snefells, un volcán de 1.524 m de altitud, inactivo desde el año 1219, y por cuya garganta se deslizan los protagonistas hasta conectar con el conducto que les guía a su objetivo. Y aquí comienzan las sorpresas porque tal monte existe realmente en Islandia bajo el nombre de Snaefellsjökull y los expertos afirman que, de haber un camino al interior del planeta, lo más probable es que éste comenzase por el cráter de un volcán. No sólo eso. Los otros requisitos son que el volcán permanezca inactivo y preferiblemente en una zona de fuerte pasado volcánico. Tal y como describe Verne en la novela…
La razón que se esgrime es que estos montes representan conexiones entre el centro y la corteza terrestre, ya que por ellos el planeta libera parte de su calor interior mediante lava, rocas y gases. Si aún estuviesen activos no es probable que en su interior se encontraran cuevas profundas, ya que la misma lava las cerraría y abriría continuamente. Además, la temperatura en el descenso aumentaría 90ºC por kilómetro recorrido, imposibilitando cualquier aventura. Pero si están extintos desde hace muchos años, la erosión de aguas subterráneas, desprendimientos y otros fenómenos telúricos podrían posibilitar aperturas en los canales seguidos antiguamente por la lava.
Además, una zona con pasado volcánico es más proclive a poseer cuevas profundas por esa misma conexión con el centro térmico del planeta. Y en este sentido Islandia es una tierra joven, una enorme isla formada por sedimentos de antiguas erupciones que salieron al exterior depositándose en forma de enormes extensiones de rocas porosas. Así, Verne comienza con buen pie su novela desde el punto de vista científico al situar en Islandia, y más concretamente en el Snaefellsjökull, esa entrada. De todas formas, ¿por qué escogió Verne precisamente este cráter y no otro? En Islandia hay unos 30 volcanes activos y más del doble inactivos. La respuesta es aún una incógnita. Una vez que se tiene el camino la pregunta es ¿cuánto habría que recorrerlo hasta llegar al núcleo? Verne no aporta un dato concreto porque hay que recordar que los protagonistas no consiguen finalmente alcanzar el centro, pero sí llegan a superar la profundidad de 170 km. Aunque esa distancia les sitúa muy lejos del núcleo, estimado entre los 5.000 y los 6.000 km bajo el nivel del suelo, sobrepasan en mucho las mayores excavaciones actuales realizadas en África del Sur, donde las compañías mineras sólo han conseguido alcanzar los 3.500 m de profundidad, lo cual representa el 0,05% del espesor terrestre. Y no se ha logrado mayor penetración porque se asegura que el calor y la presión creciente intraterrestre lo imposibilitan.
Un dato de peso para desbaratar la narración de Verne y concluir que el hombre jamás podrá llegar a mayores profundidades. Sin embargo, el autor francés también se plantea estas cuestiones. Segundo problema: las leyes físicas Axel, el sobrino del profesor Lidenbrock le hace ver a éste la dificultad que supone descender por las entrañas terrestres en lo relativo a la temperatura, ya que si los cálculos dictan que ésta aumenta 30 grados por cada kilómetro de profundidad, y teniendo como base que hasta el núcleo del planeta hay 6.500 km, la temperatura final sería cercana a los 195.000ºC, y por lo tanto, el hombre no podría descender más allá de los 3 km. Este incremento gradual de la temperatura se conoce como “gradiente geotérmico” y Verne lo desbarata en la novela con un argumento muy simple cuando el profesor Lidenbrock dice lo siguiente: “Aún no se sabe realmente qué sucede en el interior del globo y bien podría ser que a partir de una profundidad se llegara a un calor límite insuperable en lugar de continuar hasta alcanzar el grado de fusión de cualquier mineral”. Tal teoría, que podría muy bien ser una licencia literaria, aún no ha podido ser desbaratada. Realmente no se sabe mucho sobre el interior del planeta. Ni siquiera cuál es la composición exacta de su núcleo.
Todos los escritos científicos hablan de que “se cree”, “lo más factible es” que el centro de la Tierra lo componga un núcleo externo formado por minerales líquidos en movimiento y un núcleo interno compuesto principalmente de hierro y níquel en estado sólido. Pero nada es seguro. Respecto a la temperatura hay una sorpresa, porque la antigua estimación de los 195.000ºC en el núcleo ha pasado actualmente a ser tan sólo de 5.000ºC, acercándose cada vez más a los cálculos de Verne. De lo contrario, la enorme tensión que provocarían los gases acumulados haría estallar el planeta. La razón de este descenso se basa en que se calcula que el valor del gradiente geotérmico es variable, es decir, que la temperatura del planeta aumenta de diferente manera según por dónde se entre a su interior. En algunos puntos aumenta 90º por kilómetro descendido, en otros 6 y en algunos puntos mucho menos. De ahí también la importancia de elegir correctamente la puerta de entrada. Y si ese valor es variable, muy bien puede ocurrir que exista algún camino donde la temperatura permita el acceso continuo del ser humano a cada vez mayores profundidades o que ese aumento se estanque, tal y como señala Verne. Y si aún se desconoce la composición y la temperatura exacta del núcleo terrestre sigue quedando la posibilidad de realizar tan asombroso viaje. Como aval a esta hipótesis se encuentra el hecho constatado de que el número de erupciones actuales es casi inexistente, lo que demuestra el enfriamiento interno del globo.
Aún así, todavía quedaría por resolver el problema de la presión. Una ley física dicta que la gravedad disminuye a medida que se desciende hasta alcanzar la gravedad cero en el centro del globo. Y en ese punto los objetos carecerían de peso. La cuestión a solventar sería simplemente averiguar hasta qué profundidad el ser humano puede dominar sus movimientos para proseguir con el descenso porque, aunque no le permitiría alcanzar el núcleo, sí podría aproximarse mucho a él. Tercer problema: la supervivencia Pero no todos los inconvenientes en este viaje se basan en la física. Algunos de ellos simplemente se basan en qué sucedería con la escasez de agua y con la cuestión de la iluminación. Respecto al agua, hay que pensar que un recorrido de estas características debería realizarse a pie, sin la posibilidad de llevar grandes equipos de material. Y si estimamos que el avance puede ser muy lento, y que no siempre se trataría de descender sino quizá de caminar de forma horizontal para luego volver a descender, alcanzar unos pocos kilómetros de profundidad puede llevar a ocupar diversos días de andadura. Y en este punto, qué sucedería con el agua vital, que por supuesto sería limitada… En la novela los tres aventureros tienen la fortuna de localizar un manantial de agua potable y posteriormente se topan con un inmenso lago subterráneo, lo que les soluciona el problema de la sed durante toda la travesía. Pero, ¿y en la realidad? Pues el escaso conocimiento que se tenía del subsuelo dictaba que los manantiales tan sólo podían encontrarse hasta una determinada profundidad y que, en ningún caso, existirían grandes extensiones de agua potable por debajo de ese límite hipotético. Pero nuevamente el avance en el conocimiento geológico ha desbaratado estas hipótesis.
A principios de 2006 un equipo de científicos del Reino Unido descubrió la existencia de grandes ríos que fluyen a cientos de kilómetros de profundidad bajo el hielo de la Antártida. Los expertos, dirigidos por el profesor Duncan Wingham, han averiguado que esos ríos, del tamaño del Támesis londinense –346 km de longitud–, conectan la red de los denominados “lagos subglaciales” que se esparce por todo el planeta. Este descubrimiento echa por tierra la teoría tradicional de que esos lagos, formados por depósitos de agua dulce, han evolucionado sin contacto con la atmósfera desde hace cientos de millones de años. La investigación, basada en medidas muy precisas obtenidas con los radares del satélite ERS-2 de la Agencia Espacial Europea, prueba que los lagos subglaciares generan “flujos que viajan distancias muy largas”, según Wingham. De esta forma, no sería ni imposible ni excesivamente difícil toparse con uno de estos ríos subterráneos. Nuevamente Verne vuelve a acertar. No sólo cuando habla de manantiales a grandes profundidades sino también cuando sitúa un lago tan grande como un mar. Y es que recientemente los profesores Michael E. Wysession y Jesse Lawrence, de la Universidad de Washington, en St. Louis, han afirmado haber encontrado una extensión de agua similar en volumen al océano Ártico justo debajo de Asia oriental, en el manto terrestre. Más dudas. ¿Qué sucedería con la luz necesaria para iluminar las oscuras profundidades del planeta? Hay que constatar que cuando Verne escribió su novela –en 1863– el mundo aún se iluminaba generalmente mediante velas y aceites. Y claro, esa cuestión era un escollo que debía solventarse cuando se trataba de investigar en cuevas y cavernas.
Hoy en día esa dificultad ha sido superada porque existen las lámparas fluorescentes: barritas que encierran un gas en su interior que al accionar el percutor permiten la visión durante largos períodos de tiempo. Un invento relativamente actual, pero que al que Verne ya se aproximó en la novela al hablar de un aparato existente en su época conocido como el carrete de alto voltaje de Rumkorff. Lo que el escritor hizo fue mejorarlo presentando entre el material de los aventureros una lámpara llena de gas que se iluminaba mediante las descargas de alto voltaje del carrete, dando lugar, más de cien años antes de lo previsto, a los actuales tubos fluorescentes. Cuarto problema: la conjunción Por supuesto, muchas de estas teorías son sólo eso, simplemente teorías. Pero todas ellas poseen su base sólida y por tanto habría que concretar que la posibilidad de viajar al centro de la Tierra es factible desde el punto de vista científico. Porque separadamente todas las hipótesis y datos expuestos no encierran un mayor problema. Es la conjunción de todas ellas lo que hace difícil un viaje como el descrito en la novela. Parece probable encontrar una buena entrada al interior del planeta, pero ese recorrido debe ser lo suficientemente largo como para alcanzar el núcleo y los detractores afirman que las cavidades y túneles son imposibles de hallar en el subsuelo profundo porque la densidad de las rocas es muy superior a la del agua –hecho que aún no ha podido constatarse fidedignamente–.
Los últimos descubrimientos hablan de enormes extensiones de agua subterránea, pero éstas deben cruzarse en el camino de los hipotéticos exploradores. Según la teoría del gradiente geotérmico la temperatura aumenta de forma diferente según por dónde se penetre al subsuelo, pero lo difícil es encontrar ese punto idóneo. Y es la conjunción de todos estos factores lo que quizá imposibilite más que cualquier otra cuestión el viaje. Aunque si hay que ser justos al texto de la novela, tampoco los protagonistas consiguen su objetivo de llegar hasta el núcleo. Pero sí logran alcanzar un punto tan lejano y tan profundo que hoy nos sigue pareciendo producto de la ciencia ficción. Quizá un craso error, porque estamos hablando de Julio Verne, y con él, que se cumplan los textos parece que es sólo cuestión de tiempo… La hipótesis intraterrestreUno de los episodios más célebres de la novela de Verne es aquel en el que los tres protagonistas encuentran una inmensa cavidad subterránea a varios kilómetros de profundidad donde se levanta una exuberante vegetación y animales de origen prehistórico que conviven con seres humanos. Lo que el escritor hace es continuar con una vieja teoría que baraja la posibilidad de que en el interior de nuestro planeta subsista algún tipo de civilización que no necesitaría del exterior para perpetuarse. Así lo propugnó la corriente teosofista al hablar de un Rey del Mundo que gobernaría los destinos del planeta desde dos enclaves subterráneos localizados bajo el Himalaya, llamados Shambhala y Agartha.
Fue tanta la fuerza de esta creencia que el mismo Hitler autorizó una expedición formada por 5 investigadores y 20 miembros de las SS al Tíbet para entrar en contacto con sus “habitantes”, a los que se consideraban seres superiores, los creadores de la raza aria. Los defensores de estas teorías se basan en el desconocimiento que aún se tiene del subsuelo y en la inmensa cantidad de túneles y grutas inexploradas. Los detractores, por contra, se ciñen a las leyes físicas, no del todo demostradas, que hablan de la imposibilidad de haber vida más allá de un determinada profundidad.
Fuente:akasico
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