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1 Los Verdugos Más Sanguinarios De La Historia Miér Jun 09, 2010 4:09 pm
Sontemuka
Este artículo indaga entre algunos de los
ejecutores más prolíficos de la historia y hace referencia al término
“verdugo” en el sentido literal de la palabra, es decir, a un individuo
que por profesión o por cumplir ordenes de sus superiores, se dedica a
realizar ajusticiamientos con sus propias manos, uno por uno.
Los muchos verdugos en sentido metafórico que han existido quedan al
margen. Advierto que no es una lectura apta para todos los estómagos.
Entre los verdugos que fueron especialmente sanguinarios, con muchas
víctimas en su curriculum, se podrían distinguir entre dos tipos; los
militares y los civiles. Los militares suelen estar involucrados en
algún tipo de genocidio ordenado por sus superiores mientras que los
civiles, en el mejor de los casos, cumplen sentencias dictadas por algún
tribunal o autoridad.
El record, Vasili Blokhin
Vasili Blokhin (1895-1955) ha pasado a la historia
como uno de los verdugos más sanguinarios, sino el que más de todos los
tiempos. Tras participar en la primera guerra mundial y alistarse en la
Cheka en 1921, la primera policía secreta rusa, fue seleccionado a dedo
por Stalin para convertirse en jefe ejecutor del NKVD en 1926.
El NKVD era otra organización de corte similar, precursora de la
famosa KGB, que se dedicaba a oscuros asuntos como el espionaje, la
supresión de disidentes, la organización de los Gulags, las
deportaciones y ejecuciones en masa o el control de fronteras.
Como jefe ejecutor, Blokhin participó personalmente en los
ajusticiamientos de condenados importantes como por ejemplo el de sus
anteriores jefes en el NKVD, Yagoda en 1938 y Yezhov en 1940, tras las
tres purgas que sufrió esta organización.
No obstante, Blokhin debe su fama a la masacre de Katyn que tuvo
lugar en Abril de 1940, tras la invasión de Polonia por parte del
ejército rojo. Stalin emitía la orden nº 0048 al NKVD, en la que se
mandaba ejecutar a los 22.000 polacos que habían sido hechos prisioneros
tras la ocupación. Unos 8.000 de estos prisioneros eran oficiales del
ejercito polaco y el resto personas relevantes en la sociedad polaca que
pudieran resultar contrarios al ideal comunista; políticos,
terratenientes, dueños de factorías, profesores, abogados, médicos…
Blokhin decidió encargarse personalmente de los oficiales. Con una
pequeña Walther PPK alemana ejecutó a unos 6.000 de
ellos, disparándoles en la nuca a una media de 250 prisioneros por noche
– la media hace uno cada menos de 3 minutos – durante 10 horas todas
las noches, 28 días seguidos. Para ello, había llevado su propio
instrumental de trabajo; un gran delantal de carnicero en cuero, con
sombrero y mangas hasta los hombros para no salpicar su uniforme y un
maletín con varias Walters alemanas, ya que las pistolas reglamentarias
rusas de entonces, las Soviet TT-30, tendían a fallar y causar daño al
poco tiempo de uso.
En los sótanos del cuartel del NKVD en Kalinin, en medio de la noche,
se iba llamando a los prisioneros “para identificación”. Tras una
breve confirmación de identidad y sin ser informado del destino que le
aguardaba, el prisionero era atado por la espalda con una cuerda e
inmediatamente conducido a la llamada “habitación leninista”, una
estancia pintada en rojo e insonorizada para que el resto de los
detenidos no pudieran oír los disparos. En la “habitación leninista” se
encontraban con Blokhin vestido de tal guisa, que sin mediar palabra los
ponía de cara a la pared y les descerrajaba un tiro en la nuca. Después
un camión pasaba dos veces por noche a recoger los cuerpos por otra
puerta para deshacerse de ellos.
Mientras Stalin vivió, Blokhin recibió los mayores honores y
condecoraciones soviéticas pero en cuanto murió en 1953, fue apartado
del servicio y dos años después, durante el proceso de
“des-estalinización” iniciado por Nikita Khrushchev, le fue retirado el
rango. Sintiéndose traicionado por el estado, murió alcoholizado en
1955.
Blokhin tuvo numerosos homónimos dentro del NKVD. Uno de ellos, el
comandante Nadaraya, jefe de la prisión de Tbilisi,
ostenta el record de ejecuciones realizadas por una sola persona en un
solo día, al disparar a un total de 500 víctimas en una sola
jornada durante 1937.
Matarifes del Tercer Reich
Por su parte, el Tercer Reich alemán contó con verdugos que no se
quedaron cortos en el holocausto que practicó durante la segunda guerra
mundial. En su apogeo, se diseñó un sistema de cámaras de gas por el
cual en el colmo de la crueldad, obligaban a sus propias víctimas a
trabajar en ellas pero aun así, hubo varios matarifes especialmente
sanguinarios.
Uno fue el SS-Unterscharführer Willi Mentz, conocido
como “Frankestein” entre los internos del campo de Treblinka. Mentz se
paseaba con una bata blanca por el campo y disparaba a diario a los
prisioneros inválidos o enfermos que no podían moverse por sí mismos
como para caminar hasta las cámaras de gas. Estos eran trasladados a una
sección de la enfermería llamada “Lazarett” donde, oculta por árboles,
había una zanja ardiendo.
A las víctimas se las colocaba en el borde de la zanja y se les
disparaba. Un testigo presencial, el prisionero Richard Glazar, relató
que Mentz no se molestaba ni en rematar a sus víctimas cuando caían aun
vivas a las llamas y que disparaba durante todo el día, probablemente
acercándose al record de Blokhin, ya que estuvo en el campo
entre Julio de 1942 y Noviembre de 1943.
Otro matarife célebre del Reich fue Petar Brzica, un
guardia croata perteneciente al campo de exterminio de Jasenovac, en
Croacia, estado satélite de la alemania nazi durante la segunda guerra
mundial. Este campo, donde se practicaron todo tipo de atrocidades,
espantaba hasta los propios representantes nazis que lo visitaron. El
chofer de una de estas delegaciones, Arthur Hefner, dijo que solo era
comparable al infierno de Dante.
En él, antes que usar gas, los guardias preferían degollar
personalmente a sus víctimas con una pequeña cuchilla llamada “Srbosjek”
(arriba en la foto), diseñada para realizar este trabajo de forma
rápida. Brzica se alzaba con la victoria en un concurso celebrado entre
los guardias, tras matar mediante este método a 1.360
prisioneros recién llegados y era nombrado “rey del
corta-gargantas”. Tras la guerra Brzica nunca fue juzgado por sus
crímenes ya que el Mosad perdió su pista en Estados Unidos durante los
años 70.
El más prolífico de los verdugos del Reich fue Johann
Reichhart (en el centro de la foto superior) con un total de 3.165
ejecuciones en su haber, la mayoría de ellas producidas entre
1939 y 1945. A diferencia de los anteriores, Reichhart no era militar
sino que pertenecía una larga casta de verdugos y había comenzado a
trabajar mucho antes del nazismo, en 1924 durante la República de
Weimar.
Reichhart tenía la mentalidad cuadrática alemana aplicada a un
verdugo; vestía la ropa tradicional de los verdugos alemanes, era muy
meticuloso en todo el proceso, llevaba registros detallados de sus
trabajos y empleaba principalmente el Fallbeil (en la foto superior),
una especie de guillotina alemana remodelada que llevaba consigo por
numerosos países ocupados en los que era requerido durante la guerra.
Con este aparato había desarrollado una técnica por la cual podía
decapitar a un reo en 3 ó 4 segundos desde que hacía acto de presencia.
Reichhart, que se había afiliado al partido nazi, primero ejecutó
para el Reich y cuando la guerra terminó, se vio ajusticiando nazis
porque tras ser detenido por las fuerzas aliadas, lo emplearon como
asistente de verdugo hasta Mayo de 1946, participando en las sentencias
de 157 criminales de guerra.
En Francia, la guillotina estuvo en activo hasta 1977
El verdugo más representativo de Francia tal vez sea Charles
Henri Sanson, conocido como “el verdugo de la revolución
francesa”. Sanson había nacido en el seno de una familia de verdugos,
con la desgracia de que su padre quedaba paralítico en 1754, así que se
veía obligado a tomar el testigo a la tierna edad de 15 años, como
asistente de su tío para poder mantener a la familia. En 1778, un año
antes de la revolución francesa, sustituía a su tío como verdugo oficial
de París o “Monsieur de Paris”, tal y como se denominaba
coloquialmente al puesto.
Al año siguiente estallaba la revolución y poco después, una junta
decidía adoptar la Guillotina como método único de ejecución, a
sugerencia del Dr. Guillotin, que aunque no era su inventor, acabó
transmitiéndole el nombre. La primera víctima de la guillotina fue
Nicolas Jacques Pelletier, un delincuente común decapitado el 25 de
Abril de 1792. Durante la revolución francesa, Charles Henri Sanson ejecutó
a 2.918 condenados, casi todos ellos al principio de la
revuelta, incluyendo al rey Luis XVI (abajo en la imagen) en 1793, al
que en un primer momento se negó a ajusticiar.
Por negarse, una chusma exaltada irrumpía en su casa cobrándose la
vida de su mujer Marie-Anne. Tras el incidente Sanson se retiró y cedió
el puesto a su hijo pero cuando empezaron a caer los primeros ideólogos
de la revolución, Georges Danton, Camille Desmoulins, Maximilian de
Robespierre o Antoine de Saint-Just, a los que culpaba de la muerte de
su esposa, volvía a ponerse gustosamente al frente de la cuchilla,
cortándoles la cabeza a todos ellos.
Cuenta la leyenda que un día, paseando por París, Sanson se encontró
con Napoleón y éste le preguntó a ver si podía dormir por las noches
después de haber matado a 3.000 personas. Su respuesta fue que “si los
emperadores, reyes y dictadores pueden, ¿por qué un verdugo no?”.
Marcel Chevalier tiene el dudoso honor de haber sido
el último guillotinador activo en Francia, entre 1976 y 1981. ¿Se
imagina una ejecución con guillotina en la Francia moderna hace poco más
de 30 años? Pues eso sucedió el 10 de Septiembre de 1977, fecha en la
que se produjo el último ajusticiamiento mediante este método en el país
galo, en plena democracia y siendo miembro de la entonces Comunidad
Europea. François Mitterrand abolía la pena de muerte 4 años después.
Chevalier llevaba ejerciendo su profesión desde 1958 y hasta que fue
nombrado “Monsieur de Paris” en 1976 había ejecutado a 40
personas. Después solo realizó dos gillotinamientos más. Al
final de sus tiempos, la guillotina se había convertido en un ritual
bastante pragmático en comparación con el espectáculo público de sus
inicios.
El aparato, bastante más pequeño de cómo lo ha pintado
tradicionalmente la imaginería popular, estaba en un callejón de la
prisión. Se colocaba un cofre por el lado más corto de la cuchilla y un
cesto debajo de la cabeza. Al reo se le ataba boca abajo en una especie
de tabla-camilla y todo sucedía con una rapidez inusitada. Una vez
amarrado, se colocaba la camilla en posición, se atrapaba la cabeza por
el cuello con un cepo y antes incluso de terminar, caía la cuchilla. Los
mismos asistentes que habían montado la camilla, aprovechaban la fuerza
del filo en ángulo al golpear, para empujar el cuerpo al cofre y el
verdugo cogía la cabeza del cesto, la depositaba junto al cuerpo
cerrando el arcón. Todo el proceso sucedía en cuestión de segundos, sin
redobles de tambor ni minutos dramáticos de espera.
A Chevalier le había cedido el puesto en 1976 su propio tío, André
Obrecht que se había negado a ejercer durante el gobierno de Vichy,
mientras que Eugène Weidmann, con un total de 350
ejecuciones en su haber, había sido el último verdugo en
realizar la última ejecución pública en Versalles, el 17 de junio de
1939.
A Weimann le supera Anatole François Joseph Deibler,
que con el expresivo rostro de la foto superior y bajo el título de
“exécuteur en chef des arrêts criminels”, realizó 395
ejecuciones entre 1889 y 1939, 299 de ellas con guillotina.
Deibler procedía de una casta de verdugos, tanto su padre como su abuelo
habían ejercido la misma profesión. No solo trabajó en Francia sino que
solía desplazarse a otros países como Bélgica, viajando junto al
aparato. En uno de estos desplazamientos, fallecía repentinamente antes
de realizar la ejecución 396.
Giovanni Battista Bugatti, el verdugo del Papa
Giovanni Battista Bugatti fue el verdugo de los
Estados Papales entre 1796 y 1865, lo que hoy se conoce como Vaticano,
además de ser uno de los ejecutores que más tiempo han estado en activo,
69 años en total, hasta que fue retirado por el papa Pio IX cuando
tenía 85.
Apodado “Maestro Titta”, un diminutivo popular de “maestro di
giustizia” o “maestro de justicia”, Battista era todo un personaje que
se refería a los condenados como “sus pacientes” y a las ejecuciones
como “justicias”. Dio “tratamiento” a 596 de sus “pacientes”
empleando casi todos los métodos de ejecución que los verdugos
aplicaban en su tiempo; mazo, decapitación con hacha, ahorcamientos y
desde 1810, la guillotina que tan de moda había puesto la revolución
francesa.
Battista, muy conocido por sus vecinos, en sus ratos libres se
dedicaba a pintar sombrillas para los turistas junto a su mujer, en una
tienda que tenía cerca de su casa al lado del Vaticano, al otro lado del
rio Tiber en el Trastevere. Rara vez
abandonaba el barrio por seguridad y porque en cuanto la gente le veía
cruzar el puente, se corría la voz por toda Roma de que se iba a
celebrar una ejecución, congregando a cientos de personas en la plaza
del Popolo para ver el acto.
Battista recibía la mísera cantidad de 3 céntimos de lira por cada
uno de sus “pacientes” pero a cambio tenía numerosas concesiones
papales. En una libreta, llevaba un detallado registro de todas sus
ejecuciones; nombre del ajusticiado, motivo, método, incidencias…
Charles Dickens asistió a uno de estos oficios, relatando en su obra
“Imágenes de Italia” que Battista no era especialmente cuidadoso al
cortar y que al acercarse al patíbulo, pudo comprobar que una cabeza
había recibido el tajo de la guillotina justo por debajo de las orejas,
partiendo la parte inferior de la mandíbula.
William Marwood, verdugo de la era victoriana
William Marwood era un zapatero de Horncastle en
Lincolnshire, Inglaterra que a los 54 años decidió que quería dedicarse a
colgar gente. En 1872 persuadió al gobernador de Lincoln Castle para
que le permitiera llevar a cabo una ejecución como verdugo.
Marwood se tomó los ahorcamientos como un arte y mediante cálculos
matemáticos desarrolló una técnica llamada “long drop” o “larga caída”,
con la que estimaba los metros de cuerda necesarios para que un ahorcado
se partiese el cuello al caer según su peso y así, evitar que quedase
colgado asfixiándose lentamente. Por ejemplo, según sus teorías, una
persona de 50kg requería 3 metros y medio de cuerda.
Marwood recibía 10 libras por ejecución, las ropas del reo y un plus
fijo de 20 libras anuales. Antes de la ejecución se arrodillaba junto al
condenado para orar pidiendo “que todo saliese bien”. Viajó como una
celebridad por Inglaterra e Irlanda durante los 9 años que practicó el
oficio, llegando a ejecutar a 176 condenados hasta que
murió en 1883.
El verdugo inglés más prolífico fue Albert Pierrepoint con
434 víctimas en su haber. Su padre era el fundador de una larga
casta de verdugos pero había sido retirado del servicio en 1910 por sus
excesos con el alcohol durante el trabajo. Albert estuvo en activo 24
años entre 1932 y 1956, ejerció además de en Inglaterra en países como
Egipto, Austria o Alemania. Tras la segunda guerra mundial, se cree pudo
llegar a ajusticiar a más de 200 nazis condenados por crímenes de
guerra.
Extremadamente eficiente, Albert ostenta el record del ahorcamiento
más rápido del que se tenga constancia; tardó solo siete segundos en
colgar a un reo en 1951. En 1956 renunció, con el orgullo herido cuando
le fue ofrecida una sola libra por realizar una ejecución mientras que
su tarifa en ese momento era de 15, unas 200 libras al cambio actual. El
diario “Empire News and Sunday Chronicle” se hizo eco de la noticia y
desveló que en sus momentos más álgidos, Albert había estado cobrando el
equivalente a 500.000 libras al cambio actual por sus servicios. En la
foto, Thomas Pierrepoint a la izquierda y Albert Pierrepoint a la
derecha;
Thomas Pierrepoint, tio de Albert fue el segundo
verdugo más prolífico de las islas británicas. Empezó a ejercer casi al
final de la era vitoriana en 1906 y estuvo en activo durante 37 años
hasta 1946, momento en el concluía su carrera a los 76. Entonces
trabajaba para el ejército estadounidense en ejecuciones de sus propios
soldados, acusados de deserción u otros delitos en la segunda guerra
mundial. Durante este tiempo llegó a ajusticiar a unos 300
condenados en Inglaterra y en la Irlanda independiente.
Pierrepoint, se jactaba de la “eficiencia” en sus ahorcamientos,
tanta que rozaba la exageración al final de su carrera, llegando a
recibir acusaciones por falta de tacto durante el procedimiento, tanto
para con los reos como para con sus asistentes. Los asistentes que
trabajan con él, tenían que salir corriendo de debajo de la trampilla ya
que Pierrepoint realizaba la ejecución en cuestión de segundos y sin
miramientos una vez que el preso había llegado al patíbulo,
arriesgándose de lo contrario a que el cuerpo cayese sobre sus cabezas.
La comisión que investigó el caso concluyó preguntandose con flema
inglesa; ¿es necesario tener “tacto” durante una ejecución?.
Un último verdugo sanguinario de leyenda; Souflikar,
el “bostanci” del sultán Mehmed IV que gobernó el imperio otomano
entre 1648 y 1687. El título de “bostanci” se traduce como “jardinero”
aunque su cometido real era el de verdugo del sultán. Se dice que
Souflikar llegó a ajusticiar a más de 5.000 condenados
estrangulándolos con sus propias manos en 5 años, lo que hace una media
de 3 al día.
Increíbles cifras. Y lo peor es que esto hoy en día sigue siendo aceptado; no con los mismos métodos de ejecución claro...
ejecutores más prolíficos de la historia y hace referencia al término
“verdugo” en el sentido literal de la palabra, es decir, a un individuo
que por profesión o por cumplir ordenes de sus superiores, se dedica a
realizar ajusticiamientos con sus propias manos, uno por uno.
Los muchos verdugos en sentido metafórico que han existido quedan al
margen. Advierto que no es una lectura apta para todos los estómagos.
Entre los verdugos que fueron especialmente sanguinarios, con muchas
víctimas en su curriculum, se podrían distinguir entre dos tipos; los
militares y los civiles. Los militares suelen estar involucrados en
algún tipo de genocidio ordenado por sus superiores mientras que los
civiles, en el mejor de los casos, cumplen sentencias dictadas por algún
tribunal o autoridad.
El record, Vasili Blokhin
Vasili Blokhin (1895-1955) ha pasado a la historia
como uno de los verdugos más sanguinarios, sino el que más de todos los
tiempos. Tras participar en la primera guerra mundial y alistarse en la
Cheka en 1921, la primera policía secreta rusa, fue seleccionado a dedo
por Stalin para convertirse en jefe ejecutor del NKVD en 1926.
El NKVD era otra organización de corte similar, precursora de la
famosa KGB, que se dedicaba a oscuros asuntos como el espionaje, la
supresión de disidentes, la organización de los Gulags, las
deportaciones y ejecuciones en masa o el control de fronteras.
Como jefe ejecutor, Blokhin participó personalmente en los
ajusticiamientos de condenados importantes como por ejemplo el de sus
anteriores jefes en el NKVD, Yagoda en 1938 y Yezhov en 1940, tras las
tres purgas que sufrió esta organización.
No obstante, Blokhin debe su fama a la masacre de Katyn que tuvo
lugar en Abril de 1940, tras la invasión de Polonia por parte del
ejército rojo. Stalin emitía la orden nº 0048 al NKVD, en la que se
mandaba ejecutar a los 22.000 polacos que habían sido hechos prisioneros
tras la ocupación. Unos 8.000 de estos prisioneros eran oficiales del
ejercito polaco y el resto personas relevantes en la sociedad polaca que
pudieran resultar contrarios al ideal comunista; políticos,
terratenientes, dueños de factorías, profesores, abogados, médicos…
Blokhin decidió encargarse personalmente de los oficiales. Con una
pequeña Walther PPK alemana ejecutó a unos 6.000 de
ellos, disparándoles en la nuca a una media de 250 prisioneros por noche
– la media hace uno cada menos de 3 minutos – durante 10 horas todas
las noches, 28 días seguidos. Para ello, había llevado su propio
instrumental de trabajo; un gran delantal de carnicero en cuero, con
sombrero y mangas hasta los hombros para no salpicar su uniforme y un
maletín con varias Walters alemanas, ya que las pistolas reglamentarias
rusas de entonces, las Soviet TT-30, tendían a fallar y causar daño al
poco tiempo de uso.
En los sótanos del cuartel del NKVD en Kalinin, en medio de la noche,
se iba llamando a los prisioneros “para identificación”. Tras una
breve confirmación de identidad y sin ser informado del destino que le
aguardaba, el prisionero era atado por la espalda con una cuerda e
inmediatamente conducido a la llamada “habitación leninista”, una
estancia pintada en rojo e insonorizada para que el resto de los
detenidos no pudieran oír los disparos. En la “habitación leninista” se
encontraban con Blokhin vestido de tal guisa, que sin mediar palabra los
ponía de cara a la pared y les descerrajaba un tiro en la nuca. Después
un camión pasaba dos veces por noche a recoger los cuerpos por otra
puerta para deshacerse de ellos.
Mientras Stalin vivió, Blokhin recibió los mayores honores y
condecoraciones soviéticas pero en cuanto murió en 1953, fue apartado
del servicio y dos años después, durante el proceso de
“des-estalinización” iniciado por Nikita Khrushchev, le fue retirado el
rango. Sintiéndose traicionado por el estado, murió alcoholizado en
1955.
Blokhin tuvo numerosos homónimos dentro del NKVD. Uno de ellos, el
comandante Nadaraya, jefe de la prisión de Tbilisi,
ostenta el record de ejecuciones realizadas por una sola persona en un
solo día, al disparar a un total de 500 víctimas en una sola
jornada durante 1937.
Matarifes del Tercer Reich
Por su parte, el Tercer Reich alemán contó con verdugos que no se
quedaron cortos en el holocausto que practicó durante la segunda guerra
mundial. En su apogeo, se diseñó un sistema de cámaras de gas por el
cual en el colmo de la crueldad, obligaban a sus propias víctimas a
trabajar en ellas pero aun así, hubo varios matarifes especialmente
sanguinarios.
Uno fue el SS-Unterscharführer Willi Mentz, conocido
como “Frankestein” entre los internos del campo de Treblinka. Mentz se
paseaba con una bata blanca por el campo y disparaba a diario a los
prisioneros inválidos o enfermos que no podían moverse por sí mismos
como para caminar hasta las cámaras de gas. Estos eran trasladados a una
sección de la enfermería llamada “Lazarett” donde, oculta por árboles,
había una zanja ardiendo.
A las víctimas se las colocaba en el borde de la zanja y se les
disparaba. Un testigo presencial, el prisionero Richard Glazar, relató
que Mentz no se molestaba ni en rematar a sus víctimas cuando caían aun
vivas a las llamas y que disparaba durante todo el día, probablemente
acercándose al record de Blokhin, ya que estuvo en el campo
entre Julio de 1942 y Noviembre de 1943.
Otro matarife célebre del Reich fue Petar Brzica, un
guardia croata perteneciente al campo de exterminio de Jasenovac, en
Croacia, estado satélite de la alemania nazi durante la segunda guerra
mundial. Este campo, donde se practicaron todo tipo de atrocidades,
espantaba hasta los propios representantes nazis que lo visitaron. El
chofer de una de estas delegaciones, Arthur Hefner, dijo que solo era
comparable al infierno de Dante.
En él, antes que usar gas, los guardias preferían degollar
personalmente a sus víctimas con una pequeña cuchilla llamada “Srbosjek”
(arriba en la foto), diseñada para realizar este trabajo de forma
rápida. Brzica se alzaba con la victoria en un concurso celebrado entre
los guardias, tras matar mediante este método a 1.360
prisioneros recién llegados y era nombrado “rey del
corta-gargantas”. Tras la guerra Brzica nunca fue juzgado por sus
crímenes ya que el Mosad perdió su pista en Estados Unidos durante los
años 70.
El más prolífico de los verdugos del Reich fue Johann
Reichhart (en el centro de la foto superior) con un total de 3.165
ejecuciones en su haber, la mayoría de ellas producidas entre
1939 y 1945. A diferencia de los anteriores, Reichhart no era militar
sino que pertenecía una larga casta de verdugos y había comenzado a
trabajar mucho antes del nazismo, en 1924 durante la República de
Weimar.
Reichhart tenía la mentalidad cuadrática alemana aplicada a un
verdugo; vestía la ropa tradicional de los verdugos alemanes, era muy
meticuloso en todo el proceso, llevaba registros detallados de sus
trabajos y empleaba principalmente el Fallbeil (en la foto superior),
una especie de guillotina alemana remodelada que llevaba consigo por
numerosos países ocupados en los que era requerido durante la guerra.
Con este aparato había desarrollado una técnica por la cual podía
decapitar a un reo en 3 ó 4 segundos desde que hacía acto de presencia.
Reichhart, que se había afiliado al partido nazi, primero ejecutó
para el Reich y cuando la guerra terminó, se vio ajusticiando nazis
porque tras ser detenido por las fuerzas aliadas, lo emplearon como
asistente de verdugo hasta Mayo de 1946, participando en las sentencias
de 157 criminales de guerra.
En Francia, la guillotina estuvo en activo hasta 1977
El verdugo más representativo de Francia tal vez sea Charles
Henri Sanson, conocido como “el verdugo de la revolución
francesa”. Sanson había nacido en el seno de una familia de verdugos,
con la desgracia de que su padre quedaba paralítico en 1754, así que se
veía obligado a tomar el testigo a la tierna edad de 15 años, como
asistente de su tío para poder mantener a la familia. En 1778, un año
antes de la revolución francesa, sustituía a su tío como verdugo oficial
de París o “Monsieur de Paris”, tal y como se denominaba
coloquialmente al puesto.
Al año siguiente estallaba la revolución y poco después, una junta
decidía adoptar la Guillotina como método único de ejecución, a
sugerencia del Dr. Guillotin, que aunque no era su inventor, acabó
transmitiéndole el nombre. La primera víctima de la guillotina fue
Nicolas Jacques Pelletier, un delincuente común decapitado el 25 de
Abril de 1792. Durante la revolución francesa, Charles Henri Sanson ejecutó
a 2.918 condenados, casi todos ellos al principio de la
revuelta, incluyendo al rey Luis XVI (abajo en la imagen) en 1793, al
que en un primer momento se negó a ajusticiar.
Por negarse, una chusma exaltada irrumpía en su casa cobrándose la
vida de su mujer Marie-Anne. Tras el incidente Sanson se retiró y cedió
el puesto a su hijo pero cuando empezaron a caer los primeros ideólogos
de la revolución, Georges Danton, Camille Desmoulins, Maximilian de
Robespierre o Antoine de Saint-Just, a los que culpaba de la muerte de
su esposa, volvía a ponerse gustosamente al frente de la cuchilla,
cortándoles la cabeza a todos ellos.
Cuenta la leyenda que un día, paseando por París, Sanson se encontró
con Napoleón y éste le preguntó a ver si podía dormir por las noches
después de haber matado a 3.000 personas. Su respuesta fue que “si los
emperadores, reyes y dictadores pueden, ¿por qué un verdugo no?”.
Marcel Chevalier tiene el dudoso honor de haber sido
el último guillotinador activo en Francia, entre 1976 y 1981. ¿Se
imagina una ejecución con guillotina en la Francia moderna hace poco más
de 30 años? Pues eso sucedió el 10 de Septiembre de 1977, fecha en la
que se produjo el último ajusticiamiento mediante este método en el país
galo, en plena democracia y siendo miembro de la entonces Comunidad
Europea. François Mitterrand abolía la pena de muerte 4 años después.
Chevalier llevaba ejerciendo su profesión desde 1958 y hasta que fue
nombrado “Monsieur de Paris” en 1976 había ejecutado a 40
personas. Después solo realizó dos gillotinamientos más. Al
final de sus tiempos, la guillotina se había convertido en un ritual
bastante pragmático en comparación con el espectáculo público de sus
inicios.
El aparato, bastante más pequeño de cómo lo ha pintado
tradicionalmente la imaginería popular, estaba en un callejón de la
prisión. Se colocaba un cofre por el lado más corto de la cuchilla y un
cesto debajo de la cabeza. Al reo se le ataba boca abajo en una especie
de tabla-camilla y todo sucedía con una rapidez inusitada. Una vez
amarrado, se colocaba la camilla en posición, se atrapaba la cabeza por
el cuello con un cepo y antes incluso de terminar, caía la cuchilla. Los
mismos asistentes que habían montado la camilla, aprovechaban la fuerza
del filo en ángulo al golpear, para empujar el cuerpo al cofre y el
verdugo cogía la cabeza del cesto, la depositaba junto al cuerpo
cerrando el arcón. Todo el proceso sucedía en cuestión de segundos, sin
redobles de tambor ni minutos dramáticos de espera.
A Chevalier le había cedido el puesto en 1976 su propio tío, André
Obrecht que se había negado a ejercer durante el gobierno de Vichy,
mientras que Eugène Weidmann, con un total de 350
ejecuciones en su haber, había sido el último verdugo en
realizar la última ejecución pública en Versalles, el 17 de junio de
1939.
A Weimann le supera Anatole François Joseph Deibler,
que con el expresivo rostro de la foto superior y bajo el título de
“exécuteur en chef des arrêts criminels”, realizó 395
ejecuciones entre 1889 y 1939, 299 de ellas con guillotina.
Deibler procedía de una casta de verdugos, tanto su padre como su abuelo
habían ejercido la misma profesión. No solo trabajó en Francia sino que
solía desplazarse a otros países como Bélgica, viajando junto al
aparato. En uno de estos desplazamientos, fallecía repentinamente antes
de realizar la ejecución 396.
Giovanni Battista Bugatti, el verdugo del Papa
Giovanni Battista Bugatti fue el verdugo de los
Estados Papales entre 1796 y 1865, lo que hoy se conoce como Vaticano,
además de ser uno de los ejecutores que más tiempo han estado en activo,
69 años en total, hasta que fue retirado por el papa Pio IX cuando
tenía 85.
Apodado “Maestro Titta”, un diminutivo popular de “maestro di
giustizia” o “maestro de justicia”, Battista era todo un personaje que
se refería a los condenados como “sus pacientes” y a las ejecuciones
como “justicias”. Dio “tratamiento” a 596 de sus “pacientes”
empleando casi todos los métodos de ejecución que los verdugos
aplicaban en su tiempo; mazo, decapitación con hacha, ahorcamientos y
desde 1810, la guillotina que tan de moda había puesto la revolución
francesa.
Battista, muy conocido por sus vecinos, en sus ratos libres se
dedicaba a pintar sombrillas para los turistas junto a su mujer, en una
tienda que tenía cerca de su casa al lado del Vaticano, al otro lado del
rio Tiber en el Trastevere. Rara vez
abandonaba el barrio por seguridad y porque en cuanto la gente le veía
cruzar el puente, se corría la voz por toda Roma de que se iba a
celebrar una ejecución, congregando a cientos de personas en la plaza
del Popolo para ver el acto.
Battista recibía la mísera cantidad de 3 céntimos de lira por cada
uno de sus “pacientes” pero a cambio tenía numerosas concesiones
papales. En una libreta, llevaba un detallado registro de todas sus
ejecuciones; nombre del ajusticiado, motivo, método, incidencias…
Charles Dickens asistió a uno de estos oficios, relatando en su obra
“Imágenes de Italia” que Battista no era especialmente cuidadoso al
cortar y que al acercarse al patíbulo, pudo comprobar que una cabeza
había recibido el tajo de la guillotina justo por debajo de las orejas,
partiendo la parte inferior de la mandíbula.
William Marwood, verdugo de la era victoriana
William Marwood era un zapatero de Horncastle en
Lincolnshire, Inglaterra que a los 54 años decidió que quería dedicarse a
colgar gente. En 1872 persuadió al gobernador de Lincoln Castle para
que le permitiera llevar a cabo una ejecución como verdugo.
Marwood se tomó los ahorcamientos como un arte y mediante cálculos
matemáticos desarrolló una técnica llamada “long drop” o “larga caída”,
con la que estimaba los metros de cuerda necesarios para que un ahorcado
se partiese el cuello al caer según su peso y así, evitar que quedase
colgado asfixiándose lentamente. Por ejemplo, según sus teorías, una
persona de 50kg requería 3 metros y medio de cuerda.
Marwood recibía 10 libras por ejecución, las ropas del reo y un plus
fijo de 20 libras anuales. Antes de la ejecución se arrodillaba junto al
condenado para orar pidiendo “que todo saliese bien”. Viajó como una
celebridad por Inglaterra e Irlanda durante los 9 años que practicó el
oficio, llegando a ejecutar a 176 condenados hasta que
murió en 1883.
El verdugo inglés más prolífico fue Albert Pierrepoint con
434 víctimas en su haber. Su padre era el fundador de una larga
casta de verdugos pero había sido retirado del servicio en 1910 por sus
excesos con el alcohol durante el trabajo. Albert estuvo en activo 24
años entre 1932 y 1956, ejerció además de en Inglaterra en países como
Egipto, Austria o Alemania. Tras la segunda guerra mundial, se cree pudo
llegar a ajusticiar a más de 200 nazis condenados por crímenes de
guerra.
Extremadamente eficiente, Albert ostenta el record del ahorcamiento
más rápido del que se tenga constancia; tardó solo siete segundos en
colgar a un reo en 1951. En 1956 renunció, con el orgullo herido cuando
le fue ofrecida una sola libra por realizar una ejecución mientras que
su tarifa en ese momento era de 15, unas 200 libras al cambio actual. El
diario “Empire News and Sunday Chronicle” se hizo eco de la noticia y
desveló que en sus momentos más álgidos, Albert había estado cobrando el
equivalente a 500.000 libras al cambio actual por sus servicios. En la
foto, Thomas Pierrepoint a la izquierda y Albert Pierrepoint a la
derecha;
Thomas Pierrepoint, tio de Albert fue el segundo
verdugo más prolífico de las islas británicas. Empezó a ejercer casi al
final de la era vitoriana en 1906 y estuvo en activo durante 37 años
hasta 1946, momento en el concluía su carrera a los 76. Entonces
trabajaba para el ejército estadounidense en ejecuciones de sus propios
soldados, acusados de deserción u otros delitos en la segunda guerra
mundial. Durante este tiempo llegó a ajusticiar a unos 300
condenados en Inglaterra y en la Irlanda independiente.
Pierrepoint, se jactaba de la “eficiencia” en sus ahorcamientos,
tanta que rozaba la exageración al final de su carrera, llegando a
recibir acusaciones por falta de tacto durante el procedimiento, tanto
para con los reos como para con sus asistentes. Los asistentes que
trabajan con él, tenían que salir corriendo de debajo de la trampilla ya
que Pierrepoint realizaba la ejecución en cuestión de segundos y sin
miramientos una vez que el preso había llegado al patíbulo,
arriesgándose de lo contrario a que el cuerpo cayese sobre sus cabezas.
La comisión que investigó el caso concluyó preguntandose con flema
inglesa; ¿es necesario tener “tacto” durante una ejecución?.
Un último verdugo sanguinario de leyenda; Souflikar,
el “bostanci” del sultán Mehmed IV que gobernó el imperio otomano
entre 1648 y 1687. El título de “bostanci” se traduce como “jardinero”
aunque su cometido real era el de verdugo del sultán. Se dice que
Souflikar llegó a ajusticiar a más de 5.000 condenados
estrangulándolos con sus propias manos en 5 años, lo que hace una media
de 3 al día.
Increíbles cifras. Y lo peor es que esto hoy en día sigue siendo aceptado; no con los mismos métodos de ejecución claro...
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